(Diciembre de 1952)
Cuando Dios Padre-Madre puso al cuidado de los grandes Elohim la responsabilidad de la creación de un orbe habitable sobre el cual ciertos espíritus inteligentes pudieran evolucionar hacia la Perfección Divina, los Elohim, de la Luz de Sus propios corazones, proyectaron los rayos convexos que conformaron la cuna —o matriz— para la Tierra. Allí donde se encontraron los Rayos masculinos y femeninos, se conformó el átomo permanente de la Tierra. Este átomo contenía en sí el poder magnético mediante el cual se atrajo la Sustancia-Luz Universal a esta forma esférica y, con la cooperación de los constructores de la forma, de los Devas de la Naturaleza y de los Directores de las Fuerzas de los Elementos, se le dio ser al mar, a la tierra y a la atmósfera, con el Fuego Cósmico interpenetrándolo todo. Un Día Cósmico se completó el trabajo de la creación, y los Elohim le avisaron al Sol que el planeta Tierra estaba listo para ser habitado. A tres tipos distintos de Vida Inteligente se les dio la oportunidad de desenvolver su Naturaleza Divina en esta pequeña estrella —ángeles, hombres y elementales—, cada uno contribuyendo de alguna manera al bienestar y progreso de los demás; y se ordenó que su fuerza vital combinada tejiera el puente espiritual para unir la Tierra con el Corazón de Dios. De la misma manera que padres amorosos se prepararan para la venida de un niño esperado mucho antes del advenimiento del bebé al plano terrenal, asimismo se prepararon los Padres-Dioses para la custodia, sostenimiento y protección de las vidas evolucionantes que habrían de ser convocadas a poblar esta estrella. A la humanidad habría de dársele la oportunidad de experimentar con los centros creativos de pensamiento y sentimiento, y de aprender a atraer la energía y moldearla en bellas formas, convirtiéndose en co-creadora con sus Padres-Dioses; y, con el correr del tiempo, en constructores de soles y estrellas por cuenta propia, en el círculo siempre-en-expansión de los ritmos de la Vida.
REINO ELEMENTAL
Con el propósito de sostener los cuerpos de los seres humanos, se envió el Reino Elemental a la Tierra, cargado con el fíat de obedecer todas las órdenes del hombre, de hacer para él "abrigos de piel", de mantener éstos en buenas condiciones, y de materializar de la Sustancia Primigenia de la tierra, del aire y del agua, el sustento para reabastecer dichos cuerpos, así como también las necesidades y lujos que habrían de hacer de su exilio algo feliz y armonioso. Estos elementales fueron puestos bajo la dirección de los grandes Devas de la Naturaleza y de los constructores de la forma, y — en la medida en que sirvieran a la humanidad de la Tierra— se les prometió que en el futuro evolucionarían hacia el reino de directores de la vida elemental.
Con el propósito de custodiar y alimentar la naturaleza espiritual de los seres humanos, y de contribuir con el desarrollo de la chispa interna de Divinidad hasta convertirse en la Llama de la Maestría Consciente, se envió la Hueste Angélica a la Tierra, para pararse al lado de la humanidad, irradiando el Amor, la Fe y la Voluntad del Padre dentro de la atmósfera y aura de la Conciencia Divina evolucionante de cada hombre.
La Hueste Angélica quedó bajo la dirección de los siete grandes Arcángeles, quienes vinieron desde el Gran Sol Central de nuestro sistema y habitaron dentro de nuestro sol físico hasta que los Elohim hubieron preparado, partiendo del Cuerpo de Luz primordial y amorfo de Dios, los planetas que habrían de estar a su cargo.
HUESTE ANGÉLICA
A la Hueste Angélica, mediante su asociación con la humanidad y el Reino Elemental, se le prometió que, con el correr del tiempo, podrían alcanzar el estado de Arcángeles, y convertirse en poderes guardianes en sistemas de mundos todavía no nacidos de la conciencia de futuros Señores Solares. Cuando los reinos elementales hubieron hecho verde la tierra, con frutas y belleza, y el Reino Angélico hubo llenado su atmósfera con la sustancia estimulante de Lo Divino, el planeta estuvo preparado para la bella ceremonia mediante la cual la humanidad fue bienvenida a la hospitalidad de un nuevo teatro de evolución, lleno de oportunidad, promesa, belleza y abundancia. Y luego tuvo lugar el descenso del hombre al mundo, una ceremonia cuyo recuerdo quedó escrito por toda la eternidad en la sensible sustancia del Akasha —la cual será revitalizada y re-vivida algún día para gozo y educación de toda la humanidad. La Deidad cargó el rayo dirigido dentro del átomo permanente que habría de ser el poder magnético que sostendría a las corrientes de vida destinadas a evolucionar sobre el planeta en su órbita. Los grandes Devas de la Naturaleza de cada montaña, mar y plan vivificaron la ola de vida a través de los abundantes regalos verdes de la Naturaleza que esperaba la venida del hombre. La Hueste Angélica estaba de pie, visible y tangible, sobre la superficie de la Tierra, mirando hacia arriba al tiempo que las Puertas del Cielo se abrieron y, con una explosión de música celestial, el Primer Rayo inundó los cielos con su bello azul-zafiro, conformando luego un sendero radiante desde el corazón del Sol hasta el planeta Tierra, sobre el cual los primeros hijos del hombre pudieran descender a la encarnación con toda la dignidad del caso. Luego, frente a los ojos de los callados testigos y visitantes de otros planetas y sistemas, apareció en las Puertas abiertas del Cielo, la presencia del Príncipe de la Hueste Celestial, el Arcángel Miguel, llevando puesta la corona de inmortalidad, revestido en la Luz del Sol Central de cuyo seno había venido para custodiar y guiar a los hijos de la Tierra a lo largo de centurias de experiencias todavía por venir. Y ante Su presencia, la mismísima Tierra entonó su Canto Cósmico; la Hueste Angélica vertió su alabanza ante la venida de su Señor; los Devas y constructores de la forma se unieron al himno espiritual con sus majestuosos sobretonos, y los planetas hermanos de nuestro sistema contribuyeron a la sinfonía de sonido celestial.
RETORNO SEGURO
¡El Arcángel Miguel, hijo del Rey de Reyes, Ángel de la Resurrección de la Naturaleza de Dios en ángel, hombre y elemental, vino para asegurar el retorno seguro de cada hijo del hombre, de todo ángel y de todo elemental al terminar el Día Cósmico! Luego, se dio inicio al gran descenso —el Arcángel Miguel barriendo hacia la Tierra a lo largo del Rayo de Fuego Azul que, en la Tierra, estaba anclado en la vecindad de nuestra actual Cordillera de las Montañas Rocallosas en la parte noroeste de Estados Unidos de América. Detrás de El, con una gracia lenta y majestosa, descendía el glorioso Señor Manú de la Primera Raza-Raíz con una corona de siete puntas sobre Su cabeza y un manto color azul real sobre Sus hombros, la mismísima encarnación del diseño de Dios-Padre para cada corriente de vida que lo siguió inocentemente al mundo de la forma. Comenzó luego el descenso de los "inocentes" —el primer grupo de seres humanos al cual se le estaba dando la oportunidad de encarnar y desarrollar la Madurez Divina sobre la Tierra. Vinieron uno por uno, o tomados de la mano, siguiendo al Señor Miguel y al Manú, hasta que hubo descendido la cantidad total designada por el Padre para este primer experimento con las formas terrenas, acompañado por miríadas de ángeles guardianes, el aura protectora de los Serafines y la Luz de las Huestes Querúbicas, quienes llevaban la atmósfera del Cielo en Sus brillantes cuerpos y auras refulgentes. De esta manera, con gran belleza y abundancia ilimitada, en la presencia tangible y visible del Señor Miguel y de la Hueste Angélica, y bajo la dulce vigilancia del Señor Manú en persona, los hijos de los hombres entraron a (y disfrutar de) la Primera Edad Dorada.
Al terminar el ciclo, ellos siguieron fácil y armoniosamente a su Manú, subiendo por la escalera de la evolución hasta llegar a su Estado Divino —la Ascensión— y la noche y la mañana constituyeron el Primer Día. A través de todos los ciclos subsiguientes de tiempo, a medida que Rayo tras Rayo proveyeron el sendero para el descenso de nuevos espíritus, el Señor Miguel ha permanecido como Custodio Supremo de la Hueste Angélica, de la humanidad de la Tierra y de los Reinos Elementales; y no plegará Sus Alas Cósmicas a Su alrededor para regresar "a Casa" hasta que el último hombre haya sido redimido; hasta que el último ser angélico haya sido liberado; y hasta que el último elemental haya regresado a su estado de Perfección. Este es el Amor del Señor Miguel, quien, al igual que Sanat Kumara, es un prisionero de Amor por la vida a la cual sirve. ¡Amado Señor Miguel, tres veces sea bendecido Tu Santo Nombre!
Puente de la Libertad
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